viernes, 27 de abril de 2012

Cómo llegué a interesarme por William Stanger

Supongo que sabéis que durante una etapa de mi vida, que no estoy muy seguro de que haya acabado, me dediqué a la conservación de lagartos y otros bichos que se arrastran por lugares preferentemente secos y calurosos.

Por motivos variados, durante la década de los noventa y los primeros años del nuevo milenio estuve plenamente implicado en todo lo relacionado con las razones que habían llevado a muchas especies de saurios de Cabo Verde a estar entre las especies amenazadas. Me interesaba entonces cualquier cosa que pudiera dar respuesta a alguna de mis preguntas, y repasar lo que habían encontrado otros antes que yo.

Me interesaba saber incluso por qué cada especie se llamaba como se llamaba ya que ese dato -aparentemente inocuo- podía llegar a ofrecerme algunas pistas acerca de lo bien informado que estaba el descriptor, cuál era su estado de ánimo o lo que realmente pensaba sobre ese y otros asuntos ¿Por qué Tarentola substituta, y no Tarentola queseyó? ¿O por qué Chioninia fogoensis o Chioninia stangeri, en vez de Chioninia jemenfou?

El caso es que me enteré que Chioninia stangeri había sido descrita por John Edward Gray, un señor que siempre aparecía en las fotos con malos pelos, que por lo visto mandaba mucho en todo lo venía a ser el Museo Británico, y que había hecho la descripción a partir de los ejemplares capturados precisamente por William Stanger en la isla de Sao Vicente, cuando las calderas del Soudan reventaron. Se me ocurrió entonces informarme acerca de esa expedición abolicionista que pretendía cristianar negros a lo largo del río Níger y que terminó como el rosario de la aurora, y del papel que desempeñó en ella el señor Stanger ... Seguí leyendo, até algunos cabos y comprobé que lo del tiro por la culata viene a ser una práctica habitual entre algunos hombres de -más o menos- buena voluntad.

No lejos de allí, en la vecina isla de Santo Antao el Reverendo Richard T. Lowe, otro británico igualmente empeñado en salvar almas por la vía anglicana, también mataba su tiempo libre apañando lagartijas. Cogió unas cuantas, hizo un paquetito y, como buen súbdito de su Graciosa Majestad, las envió al Museo Británico. Como para entonces el señor Gray ya no estaba para muchos trotes, le pasaron el material a un becario poco motivado que, como quien no quiere la cosa, se equivocó al etiquetar los bichos suponiendo erróneamente que procedían de la isla de Fogo.

Arthur O'Shaughnessy, nuestro becario de cabeza llena de pajaritos, se atrevió por fin a ponerle nombre a las lagartijas de Santo Antao pero, como pensaba que procedían de la isla de la gran caldera, terminó por llamarla “fogoensis”. El caso es que montó un follón de padre y muy señor mío que no pudo resolverse hasta un siglo más tarde.



Con buen criterio, O'Shaughnessi abandonó la biología para dedicarse de lleno a la poesía, que era lo que de verdad le molaba. Publicó varios libros de corte prerrafaelista, uno de los cuales -Music and Moonlight-incluía su famosa “Ode”, … esa que tanto apreciaba Willy Wonca y que empieza con “We are the music makers...”.

Resultaba tentador relacionar a través de dos lagartijas de Cabo Verde a dos británicos victorianos de distintas generaciones que murieron jóvenes y que sin duda veían la vida desde dos puntos de vista tan diferentes.

Stanger acabó legislando en contra de lo que había predicado, o … tal vez las circunstancias determinaron que sus principios cambiaran sin que él acabara de percatarse, o … tal vez se percató pero no pudo hacer otra cosa. El caso es que tengo la impresión de que el último repaso a su vida antes de expirar debió ser amargo.

Dos décadas más tarde O'Shaughnessy escribió una vibrante poesía sobre la voluntad como motor del mundo, pero visto lo visto ¿Realmente somos ese motor o, por el contrario, la vida nos arrastra como un río y hace que dibujemos extraños reflejos de lo que en realidad somos?


Ode
(Arthur William Edgar O'Shaughnessy)

We are the music makers,
And we are the dreamer of dreams,
Wandering by lone sea-breakers,
And sitting by desolate streams;
World-losers and world-forsakers,
On whom the pale moon gleams:
Yet we are the movers and shakers
Of the world for ever, it seems.

With wonderful deathless ditties,
We build up the world's great cities,
And out of a fabulous story
We fashion an empire's glory:
One man with a dream, at pleasure,
Shall go forth and conquer a crown;
And three with a new song's measure
Can trample an empire down.

We, in the ages lying
In the buried past of earth,
Built Nineveh with our sighing,
And Babel itself with our mirth;
And o'erthrew them with prophesying
To the old of the new world's worth;
For each age is a dream that is dying,
Or one that is coming to birth.

A breath of our inspiration,
Is the life of each generation
.
A wondrous thing of our dreaming,
Unearthly, impossible seeming-
The soldier, the king, and the peasant
Are working together in one,
Till our dream shall become their present,
And their work in the world be done.

They had no vision amazing
Of the goodly house they are raising.
They had no divine foreshowing
Of the land to which they are going:
But on one man's soul it hath broke,
A light that doth not depart
And his look, or a word he hath spoken,
Wrought flame in another man's heart.

And therefore today is thrilling,
With a past day's late fulfilling.
And the multitudes are enlisted
In the faith that their fathers resisted,
And, scorning the dream of tomorrow,
Are bringing to pass, as they may,
In the world, for it's joy or it's sorrow,
The dream that was scorned yesterday.

But we, with our dreaming and singing,
Ceaseless and sorrowless we!
The glory about us clinging
Of the glorious futures we see,
Our souls with high music ringing;
O men! It must ever be
That we dwell, in our dreaming and singing,
A little apart from ye.

For we are afar with the dawning
And the suns that are not yet high,
And out of the infinite morning

Intrepid you hear us cry-
How, spite of your human scorning,
Once more God's future draws nigh,
And already goes forth the warning
That ye of the past must die.

Great hail! we cry to the corners
From the dazzling unknown shore;
Bring us hither your sun and your summers,
And renew our world as of yore;
You shall teach us your song's new numbers,
And things that we dreamt not before;
Yea, in spite of a dreamer who slumbers,
And a singer who sings no more.





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