lunes, 22 de octubre de 2012

Follar


Follar es algo así como alistarse a la legión, creer en dios o votar nacionalista: es un acto reflejo que no precisa de un razonamiento argumentativo.  En esa coyuntura nuestros únicos objetivos pasan a ser trempar como focas,  meter un cacho de carne (da lo mismo cuál) por un agujero (da lo mismo cuál), llenar al adversario de fluidos, gemir, gritar, poner los ojos en blanco y, en plena batalla campal, corrernos y explotar como un grano lleno de pus.
Por eso el uso del preservativo, la única fracción del acto que requiere pararse a pensar un poco, está denostado, el VIH no acaba de remitir y ya somos más de 7000 millones dispuestos a comernos todo el maíz transgénico que nos pongan por delante y a seguir follando como conejos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Fatima

Fatima era gorda, sudaba por el bigote y olía a cordero viejo, pero sus besos sonoros, su infinita alegría y su cuscús imperial hacían de ella la mujer que yo siempre hubiera querido ser. Era gallina amorosa con sus hijos, pícara gacela con su esposo y mono burlón cuando porfiaba con nosotros.
El día que supe que un barbudo le había separado, en el nombre del Altísimo, la cabeza de su orondo cuerpo dejé de creer en dios lo poco que ya creía. Ahora echo de menos su calentica 1, su diente de oro y todo el amor que desprendía. Y también añoro aquella confianza en la gente que nunca volveré a tener. Por todo eso, perdóname si siento recelo de los que portan banderas de colores.
 
1 La Calentica de Orán كرنتيكا ) ) es el brunch por antonomasia del noroeste de Argelia. La receta y el nombre tienen su origen en el pasado español de la ciudad y en el acento de sus antiguos habitantes, próximo al que todavía tienen la gente de Almería o Murcia. Hay variantes pero, de acuerdo con Fatima (y yo no soy quien para decir lo contrario), para hacer la verdadera Calentica hay que suspender medio kilo de harina de garbanzos en dos litros de agua de la fuente de Ain Mussa; cuando por fin consigues que la pasta esté bien ligada y sin grumos, le añades un vasito de aceite de oliva que no sea virgen (si lo pones virgen te saldrá fuerte) y tres huevos batidos de cualquiera de sus gallinas. Luego hay que ponerlo en un molde de lata, salarlo al gusto, pimentarlo con alegría, cargarlo de comino en polvo y, sin dejarlo reposar, hornear durante cuarenta minutos con brasas de madera de encina. Finalmente, le untas tomate y harissa... y a comer.

martes, 16 de octubre de 2012

Andresito el de Peraleda

 
Andrés Mascaraque Hinojosa dejó de chuparse el dedo mucho tiempo después de empezar a afeitarse, y con 17 años seguía siendo un niño pálido que peinaba rizos y calzaba zapatos de charol. Andrés era, por decirlo amablemente, el hazmerreir del colegio de la Salud.
El abuelo Mascaraque, un tonelero retirado natural de Alcalá de los Gazules, hacía culpable a su nuera de amariconarlo con sus mimos excesivos. Con el cigarro siempre entre los dientes, su mala leche congénita le hacía perder la razón cada vez que divisaba al zagal cruzando la calle Ancha  camino del colmado. Cuando eso sucedía, Ginés Fuentes, Fede Camino y Pascual el de la Nava se levantaban como resortes y abandonaban la partida de dominó, ya que sabían que acto seguido el viejo se liaría a puntapiés con todo el que pillara por delante.
Eudalda Hinojosa, la nuera, era una mujer acobardada por las palizas que había recibido de manos de su esposo, un cabrón que la había dejado preñada y viuda en el curso de la misma primavera. Eudalda hubiera preferido una niña. Aún así, no podía soportar que su suegro perdiera el juicio cada vez que aparecía Andresito, e imaginaba respuestas oportunas y aceradas que, por supuesto, jamás traspasaban el umbral de sus labios.
Federico Camino era, además de pareja de dominó del abuelo Mascaraque,  un hombre grande, con bigote y lengua de carretero, que sonreía descaradamente a las mujeres que se acercaban por la gasolinera. Oficialmente pretendía a la viuda Mascaraque, y el pueblo entero estaba convencido de que la media docena de perrunillas que compraba a diario y las horas muertas que pasaba en casa de Eudalda formaban parte de un delicado galanteo. Aquellos festejos -tan diferente a los que había gastado siempre el rudo y difunto marido- resultaban, a los ojos de la mujer, tan agradables como inofensivos. Pero se equivocaba de lleno, porque en realidad aquel hombretón suspiraba por los rizos de su hijo Andrés.
Teresa la del colmado sabía por experiencia que Andrés Mascaraque podía parecer rarito, pero que de maricón no tenía un pelo. También lo sabían Adela la de Ginés, Margarita la de Pascual y la mitad de las cuarentonas de Peraleda que aprovechaban las partidas vespertinas de dominó para rifarse al niño del cipote grande.

sábado, 13 de octubre de 2012

El Sabio Hupalupa



El bueno de Hupalupa lloró cuando Hautacuperche decidió matar al conde. No negaba que Peraza hubiera traicionado a los suyos, pero sabía que el joven e impulsivo gomero sólo actuaba movido por el calor de su bragueta. Ahora tenía que escoger entre la mezquindad y la estupidez, entre lo malo y lo peor. Y eligió bien. Hupalupa murió de pena poco antes de que ambos contendientes cayeran.
 
Hoy acompaño un alfonsiño que he pescao con pellas de gofio.- En tiempos en los que las papas todavía no habían cruzado el charco, la pella (de) gofio debió ser el alma de cocina canaria, y mezclada con la dulce miel de las palmeras o de las abejas, sigue siendo el must de las meriendas y los desayunos del archipiélago. Yo, sin embargo, la prefiero amasada con un caldo hecho con pescado de roca, porque con ese trozo de harina tostada y amasada con aromas del mar reconstruyo en mi cabeza los avatares del sabio Hupalupa, que en gloria esté.
Para hacer pellas comme il faut hay que escoger un gofio nuevo (yo lo prefiero de trigo, pero puedes hacerlo con el que te venga bien), ponerlo en un cacharro de barro, y regarlo muy poquito a poco con el caldo caliente resultante de sancochar ese pescado de roca del que hablaba antes. Luego lo revuelves hasta obtener una masa compacta en forma de pan, cortándola en rodajas de un dedo de ancho... Y ya tienes un exquisito manjar listo para acompañar el pescado a la manera que más te guste o convenga.