Follar es algo así como alistarse a la legión, creer en dios
o votar nacionalista: es un acto reflejo que no precisa de un razonamiento
argumentativo. En esa coyuntura nuestros
únicos objetivos pasan a ser trempar como focas, meter un cacho de carne (da lo mismo cuál) por
un agujero (da lo mismo cuál), llenar al adversario de fluidos, gemir, gritar, poner los ojos en
blanco y, en plena batalla campal, corrernos y explotar como un grano lleno de
pus.
Por eso el uso del preservativo, la única fracción del acto que requiere pararse a pensar un poco, está denostado, el VIH no acaba de remitir y ya somos más
de 7000 millones dispuestos a comernos todo el maíz transgénico que nos pongan
por delante y a seguir follando como conejos.
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