sábado, 24 de noviembre de 2012

Una Ayudita para seguir la historieta del Volcán de Bellver sin perderse demasiado

La historia del Volcán de Bellver incluye, como ya os habréis imaginado, varias metáforas concéntricas. La primera es una obvia alegoría a esa crisis de la que hablan los períodicos, un feo asunto cuyo origen todavía no veo claro pero que está poniendo al descubierto todas nuestras miserias. Hablo de una sociedad enferma de codicia, que abandona a los más débiles cuando más ayuda necesitan, hablo del sálvese quien pueda, de los oportunistas que negocian en el río revuelto, de los aprovechados que señalan con el dedo a culpables que no lo son, o de los listillos que usan como cebo  las vísceras de incautos imbéciles para construir su propio paraíso.
También me refiero a la amistad, buscada o no, como único motor viable de las relaciones humanas, ese vínculo que se olvida de circunstancias tales como tu origen, el color de tu piel, o tu lengua materna, para centrarse en contemplar el paso de la vida con una cerveza en la mano, y sin otro objetivo preciso que el de observar, escuchar, contar historias ... y organizar torradas. Y sin salir de la esfera de la amistad, una reflexión sobre uno de los inconvenientes del paso de la vida: el envejecimiento y la muerte.  
He elegido para ello un barrio de Palma, el mío, que dicen que una vez fue el centro del mundo y que ahora no es, como diría Brel, ni la sombra de su sombra. Un barrio del que se fueron hace ya mucho tiempo Rusiñol, Rubén Darío, Cela, Errol Flinn, Jimmy Hendrix o Ava Gadner, y que ahora da cobijo a los afterhours más cutres del orbe. La mítica Polilla, la Yedra, el Tamtam, el Santuario ... locales únicamente frecuentados por escoria autóctona o venida de fuera, por putas gordas que no saben que lo son y por camellos de medio pelo. Calles con nombres de poetas y pintores que un día vivieron por aquí (Graves, Joan Miró, Camilo José Cela, Bernanos...), ahora preñadas de analfabetos virtuales y de aprendices de malotes que buscan refugio en tapaderas evidentes (Fight Club, Billar Dominicano). Y en medio de todo este caos, la Quarantena (Cuarentena), una isla de verdura diseñada en los años en los que crecían salchichas de los árboles por un jardinero bien motivado, un agujero de gusano que comunica mundos paralelos y un oasis en el que se reúne gente del barrio para hablar y contar historias al amparo de una cerveza. 
Por si quereis leer algo más acerca del Terreno, el barrio el que se desarrolla la historia, os recomiendo el artículo incluido en el link

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