lunes, 26 de septiembre de 2011

La Escuela de Don Francisco

Recién llegado de Francia y habiendo probado ya los métodos de la escuela republicana, mi primer contacto con el sórdido sistema de enseñanza español fue, sin exagerar demasiado, un choque bastante duro. Yo, que había sido el ojito derecho de Madame Caillequirie en el colegio de la rue de la Victoire, aterricé bastante avanzado el curso 67/68 en la escuela de don Francisco, un tipo rechoncho de bigotillo facha y dotado de un don especial: el de repartir hostias como panes, sin despeinarse.
La escuela de don Francisco era, por decirlo en pocas palabras, una mierda. Ocupaba los bajos malolientes de la barriada de Santa Julia, a dos pasos de la Cruz de Humilladero, y estaba organizada en dos clases. La de los mayores tenía varias ventanas enrejadas que miraban al Camino de San Rafael, y en días lectivos daba cabida a un centenar de niños y niñatos de entre once y doscientos años. Mi clase -la de los pequeños- daba a una plazoleta interior que servía a la vez de patio de recreo de la escuela y de almacén trasero del bar Mari Pepa.
Como una trinidad de poderes fácticos, la estancia estaba presidída por una foto del general Franco de color sepia desvaído, un crucifijo sin gimnasta y una batería de palos dedicados a escarmentar a niños rebeldes o simplemente zoquetes, que los mismos alumnos debían reponer regularmente a medida que se partían. Desde el estrado a la puerta se disponían unas doce bancas corridas, cada una de las cuales era a la vez escritorio y reposadero de unos nueve o diez niños de edades y cursos variados. La pizarra ocupaba todo el pasillo lateral, de modo que cuando don Juan -el maestro de primaria- escribía con la tiza, todos debíamos mirar hacia la izquierda, retorciendo más o menos el pescuezo de acuerdo a tu posición.
Don Juan era joven, grande, fondón, medio calvo, y sus gafas eran como dos lupas que le hacían los ojos enormes y la mirada poco inteligente. Pretendía ser mejor persona y maestro que don Francisco, pero era un hombre impaciente y colérico cuyo método pedagógico era, en el mejor de sus días, estúpido.
Los niños eran, en general, poco aplicados y aún menos aseados. Recuerdo en concreto el terrible olor que invadía el aula el siete de junio de mil novescientos sesenta y ocho; ese día el maestro intentó iniciar la clase con un responso por el alma de Robert Kennedy, que la víspera había sido asesinado en la ciudad de Los Ángeles. Mediado el Padrenuestro, y cuando iba ya a arrancarse con aquello de “... y perdona nuestras deudas...”, don Juan levantó la cabeza y con un grito de indignación que cogió desprevenido a todo el mundo, dijo “¡hijosdeputa, sois todos unos cerdos!” Luego salió indignado por la puerta, y no volvió hasta después del recreo cuando, armado con un palo más grande de lo habitual, destrozó la mano de Camino, el hijo mayor de un funcionario de colonias y de una guineana, que ese mismo año había venido de Fernando Poo. Sin ningún pudor, don Juan hacía responsable principal del hedor reinante en la clase al color tostado del niño. Puedo jurar, sin embargo, que el mulato no era, ni de lejos, el alumno más apestoso de la clase.
Nuestro único libro de texto era la enciclopedia escolar “Faro, para alumnos en periodo de perfeccionamiento”, cuya primera página decía que había sido pensada y escrita por don Quiliano Blanco Hernando, y editada especialmente para el Concurso del Patronato del Fomento de Igualdad de Oportunidades. En letra muy pequeña decía también “para niños de 10 a 12 años”. Yo tenía por entonces sólo ocho...
En las 730 páginas del libro, don Quiliano tocaba todos los palos y le metía mano por igual a los quebrados, las divisiones y las raíces cuadradas, a la religión católica, la geografía de España, las Ciencias Naturales, la Historia o la Lengua Española, reservando un buen puñado de páginas a la formación político-social y a la exaltación del Caudillo, la FE de las JONS, Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo y a otros padres del Glorioso Movimiento.
En sólo tres meses llegué a hacer barbaridades inimaginables para madame Caillequirie y su esquema de aprendizaje en libertad, igualdad y fraternidad. Sin ir más lejos, aprendí de mi amigo Paquito Espina todas las trampas posibles en los principales juegos de azar practicados en el colegio, mi mano derecha soportó algún que otro palo como castigo a mi insolencia, e incluso llegué a pegarle mis primeras caladas a un cigarrillo sin filtro.
Debo confesar que ahora me resulta difícil encontrarle un lado positivo a mi estancia en la escuela de don Francisco, pero durante ese corto periodo perdí mi acento francés, crecí cuatro centímetros y fui promocionado a cuarto curso. Un par de días más tarde, sin embargo, alguien se percató que, con mis ocho añitos recién cumplidos, el curso que en realidad me correspondía empezar era el que acababa de aprobar...
Al año siguiente tuve que repetir tercero en un colegio de un pueblo de Granada. Pero ese fue sin duda de más grato recuerdo, con sesiones infinitas de fútbol en la era, un buen maestro a la antigua usanza que, sin embargo, había desterrado por completo los palos y que nos hacía cantar cada mañana, dios sabrá por qué, una copla titulada “A raíz do toxo verde”. Nosotros a cambio le tratábamos con respeto pero sin miedo, y premiabamos su dedicación cantando a pleno pulmón la cancioncilla en gallego.
Pasado ya mucho tiempo desde entonces, y mirándolo ya todo desde la atalaya comprensiva y más objetiva de los años, creo que lo que realmente hacía aborrecible la escuela de don Francisco era -dejando a un lado la violencia- la mala elección de los tempos con los que abrir al mundo los sentidos de los alumnos sin acelerar la pérdida de su inocencia. Porque tal vez lo más importante que debemos retener del periodo escolar no son las ecuaciones o los pronombres, sino el hecho de que no hay ninguna prisa para dejar de ser un niño.

1 comentario:

  1. Hola José,
    Don Quiliano Blanco publicó un hermoso poemario para niños Senda Lirica, con poemas de los mejores poetas del 27, también un libro de escuela de Avila con los valores pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza. Recorrió la sierra de Avila con Luis Cernuda, en las misiones pedagógicas llevando cultura y los valores de la República a pueblos miserables. Luego salvando su vida de milagro, perdió su puesto de maestro nacional. No público libros hasta 20 años déspues quien sabe si por necesidad, o redibujados por el franquismo. Un saludo

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