Esta mañana por fin nos hemos atrevido. Después de que el pasado 31 de enero nuestra hadyook Pilar descubriera, por casualidad, el agujero de gusano que los nativo conocen como Jardí de sa Quarantena, hoy nos hemos internado en sus fauces. Ha sido, desde luego, el resultado de tres meses de arduos preparativos espirituales, … y de la copita de Machaquito que nos hemos mandado en ayunas.
En apenas ochenta zancadas hemos pasado del borrascoso planeta Gomila, poblado por híbridos malayo-basutos devoradores de kebabs, a Guiriland, el soleado universo paralelo.
La primera impresión -que, dicen, es la que vale- nos indica que los guiris -que así se llaman sus habitantes, tienen pieles lechosas, cabelleras rubias, pantalones cortos sobre piernas peludas, y sandalias con calcetines en los pies. Todos hablan lenguas extrañas -casi obcenas- y ríen a grandes carcajadas. En ocasiones, algunos mudan la color, hasta volverse rojizos. Otros, probablemente los de mayor rango, son de piel muy oscura, se protegen con cinco sombreros y hacen alarde de sus tesoros (generalmente gafas y relojes), restregándotelos por la cara sin ningún pudor. Por todos lados predomina el olor a coco, mezclado con mierda de caballo. Creemos que los guiris necesitan ingerir metros y metros de un tubo carnoso al que se conoce con el nombre de würste.
Espalda con espalda, hemos intentado encontrar, sin éxito, nuestro agujero de gusano. Pilar ha empezado a repetir insistentemente la palabra hambre, y hemos tenido que internarnos en un canal rotulado con las palabras S'Aigo Dolça.
Después de una subida endiablada, con curvas a derecha e izquierda, hemos aparecido maltrechos y casi exhaustos cerca del apeadero conocido como Camino del Mercadona, … ¡al fin, tierra conocida! De vuelta en nuestra nave nodriza nos hemos juramentado para no repetir esta desagradable experiencia. Fin de la grabación.
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