Cuando mis amigos del colegio, que -como es evidente- son ya tan viejos como yo, me mandan archivos y fotos de mujeres de grandes tetas, escenas de caídas tontas, choques de trenes en vivo, pepetés de exaltación de la amistad o aleluyas de tiempos pasados, siempre pienso que de un tiempo a esta parte hemos iniciado ese camino sin retorno que acabará convirtiéndonos en carcamales chochos y verdes y, más tarde, en calaveras de sonrisa eterna y desencajada.
Primero acepto que, aunque las mujeres me siguen gustando (…no voy a negarlo), toda esa carne al aire está fuera de lugar en una vida tan ordenada como la mía. Luego se me ocurre aquello de que ya no disfruto tanto como antes de las desgracias ajenas, y que la amistad me resulta (por desgracia) un sentimiento cada vez más raro. Finalmente, acabo siempre pensando que ningún tiempo pasado fue mejor...
Yo no puedo equivocarme: soy un tipo despierto, poseedor de una culturilla concienzudamente elaborada a base de solapas y enciclopedias baratas, y mantengo entre mis allegados cierta fama de tipo razonable. Vamos, que soy una bicoca...
Afortunadamente, pasados unos segundos se me aparece mi amiga Nieves, como si de la Virgen de Fátima se tratara (perdona Nieves, pero así es como mi imaginación te retrata), con cara de pocos amigos, con el dedo señalón desplegado y afirmando con la voz acusadora de Darth Vader: “Mateo, tu eres peor persona de lo que crees”. Y entonces se me desinfla el pecho y empiezo a replantearme todo el razonamiento.
Tengo que explicar lo de mi amiga Nieves, porque si no lo hago va a parecer lo que no es. Pues resulta que como la Quecu (otra forma que tenemos de llamarla) es medio de Cádiz, medio maltesa, siempre ve a la gente con la transparencia de toda la mar océana, y luego dice las cosas tal y como las siente. Por eso cuando dijo aquello (porque la muy jodida me lo dijo...), me desarmó. Al principio el latigazo me escoció un montón, pero con el tiempo se ha llegado a convertir en una de las piedras-llave que sostienen el arco sobre el que flota mi alma (y en ocasiones también mi cuerpo). Gracias a Nieves ahora sé que puedo llegar a ser malo y, a la vez, plenamente consciente de ello... Así, sin pomadas, ni racionalizaciones de tres al cuarto (gracias Nieves).
Bueno, pues como iba diciendo, se me deshincha el pecho y empiezo a preguntarme ¿De verdad te dan lo mismo todas esas pechugas turgentes?¿Y entonces... por qué parece que llevas una linterna en el bolsillo del pantalón?¿Y esa sonrisa maliciosa que se te pone con el careto descompuesto de un niñato patinador que acaba de dejarse la entrepierna en una farola? Me hago una docena de preguntas graciosillas más, y entonces llego irremediablemente a la parte de la amistad y de los tiempos pasados. Y ya no me río tanto.
¿Fueron buenos los tiempos pasados? La respuesta es como el yin y el yang, como el blanco y el negro.
Fueron buenos porque eramos jóvenes y alocados, teníamos toda la vida por delante y todavía podíamos elegir entre ser rebeldes o muy rebeldes. Y fueron malos porque muchos elegimos el camino equivocado, … ese que, por ser muy tortuoso, nos pareció el adecuado.
Confieso que soy culpable de haberle puesto puertas al campo y de haber legislado sobre lo que hace tres décadas me hubiera llevado a las barricadas. También me declaro cómplice necesario de un mundo peor y más desequilibrado, y el socio tonto de una empresa a la deriva.
No me queda, por tanto, otra cosa que ese sentimiento raro al que llaman amistad. Por eso convoco a todos los elegidos (y elegidos sois todos los que hayáis arqueado la ceja izquierda) para que sigáis mandando cuantos videos guarros, pepetés de exaltación de la amistad o chistes negros caigan en vuestras manos, si así pensáis que seguirá ardiendo la llama de nuestra amistad. Salud camaradas.
Viva la Comuna.
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